UN BREVE ENSAYO DE DANZA CONTEMPORÁNEA

Publicado el 19 Noviembre 2024

"Ha cambiado mucho mi vida desde que empecé a bailar. Era una persona muy solitaria, no hablaba... pasó algo en mi vida y fue peor, caí muy bajo, dije que tenía que hacer algo, si no me va a ir muy mal, fue cuando me metí al curso y conocí la escuela. Recordando, de niña una vez vine a esta escuela, pero para mí era muy lejano, como un sueño, cuando vine aquí tal vez fue como si siempre haya querido regresar”. -Vania

“En un inicio no había pensado en estudiar danza, hasta que en un momento descubrí que esto era una forma de expresión y de liberación, tanto del cuerpo como de la mente, y encontré en ella una de mis grandes pasiones, algo que disfruto y amo hacer. Por eso decidí profesionalizarme, entrar a una escuela de danza contemporánea para encontrar las herramientas de expresar todas esas emociones de una forma, con un lenguaje coherente, en la que pueda invitar al público a comprender todas esas emociones”. -Carolina

“Empecé a bailar desde muy chiquita y siempre me gustó, me sentía muy libre, muy yo. Hasta los 11 años dije: ‘sí quiero’, y fue cuando decidí estudiar danza”. -Melissa

Cada estudiante y egresado tiene su propia historia, pero en conjunto se mimetizan y lo manifiestan como uno solo: en el vínculo con los demás, con el roce mutuo y el contoneo elegante; se yerguen, levantan a otro y giran, van juntos de una esquina a otra por el escenario, por momentos estáticos con una pose acompañada de un expresivo gesto y escurriéndose en el piso con el cuerpo líquido en comunión de sus movimientos y la pieza coreográfica.

Aún después de dos meses de ensayos, es notorio un dejo de nerviosismo y ansiedad. Es viernes, son las 13 horas y se preparan en el Foro Luis Fandiño del Centro Cultural Ollin Yoliztli. Alistan detalles para el jueves 21 de noviembre, a las 20 horas, cuando en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris presenten una gala de danza contemporánea por el 45 aniversario del recinto cultural de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México.

El estudio donde practican es rectangular y la mitad de los costados son espejos. Bailarines que esperan su llamado se miran a sí mismos, inspeccionan cada músculo involucrado en el paso, en el giro, con la pose marcada y, a la vez, se admiran. Entre sus reflejos, los une la tercera pared casi invisible, con ambas puertas siempre abiertas, y sus ventanales, a través de los cuales otros alumnos los observan expectantes desde el pasillo.

Por dentro, al otro lado de esos enormes vidrios, el piso es caótico. Mochilas apiladas casi una sobre otra, maletas abiertas del que asoma su contenido: botellas con agua a medio beber, playeras, blusas, pantalones de mezclilla encima de donde haya un espacio disponible, tenis, zapatos, todos dispuestos sin reparos, con la naturaleza de la improvisación. Ese espacio se convirtió en vestidor para entrar al espectáculo.

Sin embargo, todo es distinto en el otro extremo, en el inmaculado escenario negro rodeado con seis cortinas, tres a cada lado, separadas apenas unos cuantos metros, que sirven de referencia para su salida a escena. Ahí sudan, su respiración se agita y el pecho se hincha, se cansan, sienten e interiorizan cada estético movimiento. Son flexibles, sus movimientos son de fuerza que se nota en cada remarcado músculo y, al tiempo, suaves como la más tierna de las caricias.

“La obra se trata del destino, por eso usamos hilos rojos, por la leyenda y cómo a veces, por creer eso, te atas a que tienes que seguir cierto camino. Es toda esta lucha de entre que lo quieres seguir o lo que la gente te dice que tienes que seguir y cómo tú forjas tu propio hilo, tu destino, por eso al final nuestro principal bailarín es el que suelta lo que lo ataba al igual que la gabardina, es como el peso que uno trae, las expectativas que todos tienen hacia ti y cómo puedes descubrir tu forma de liberarte”, explica Melissa sobre la pieza “El Tejedor”.

Los bailarines se estrujan unos con otros, se funden en un abrazo en colectivo, se separan, ruedan en el piso, se ponen de pie y caminan en diagonal concentrados en la siguiente posición, se agazapan y toman otros tobillos de pies desnudos y, a veces, se jalonean, corren en círculos y frenan abruptamente, señalan algo que imaginan, regresan y vuelven a empezar. Tumbados en el piso giran lento detrás de un hombro con el compás abierto, se recuestan y mueven con la extensión de su voz acallada sobre el escenario. Dibujan trazos en el aire, garabatos indescifrables. Tensos, con rostros preocupados.

“Es la obra ‘Vigilantes de la ciudad’ del maestro Francisco Magaña, inspirado en pinturas y esculturas de Jorge Marín. De lo que trata es que somos como arcángeles y vamos a llegar a la Tierra, pero es ese proceso de que estás en el cosmos y la transición de cómo nos vamos humanizando. Lo que intentamos mostrar es esa transformación y el trasfondo es el momento en que estás en catarsis y tienes que cambiar”, piensa Vania sobre la coreografía que va a interpretar.

Las coreografías las complementan con vestuario cargado de simbolismo: gabardinas negras y el torso semidesnudo con un hilo rojo y un trazo pintado sobre el cuerpo; paraguas negros; ramas secas; dos enormes y suaves esferas de pilates y caretas misteriosas con un enorme pico, una banderola café; prendas de colores y sillas, muchas sillas, que servirán de peldaño, asiento y para dar vueltas encima de ellas.

“Estamos presentando la obra ‘Liminares’ de Paco Magaña, habla sobre la masculinidad y la feminidad y cómo esa lucha nos orilla a encontrar la liminal que significa la transformación, donde todos convivimos de una forma pacífica y encontramos que tenemos un poco del otro en nosotros”, comparte Carolina, de la Compañía Danza Capital.

Para "El Tejedor", coreografía de una obra de Francisco Magaña, contarán con música en vivo. Es el chelo del director de la Escuela de Vida y Movimiento, Tomás Gutiérrez Patiño, quien interpretará una pieza del compositor estadounidense Philip Glass, de los más influyentes del siglo XXI.

Frente al grupo de compañeros que danzan, aguardan los bailarines su momento, caminan de un lado a otro, sonríen y bromean, ajustan su indumentaria o ayudan con la de alguien más, se maquillan. Otros, permanecen recostados en el piso estirando la espalda en posición felina o uniendo los pies con la cabeza, flexionan llevando a su punto máximo la extensión de las piernas a un costado, giran el cuello en suaves vaivenes para calentar antes de su participación.

Unos más, en silencio e inmóviles, aprecian a sus compañeros en el escenario con la mirada fija y al final, con la pieza terminada, gritan de júbilo, extasiados, y rompen lo ceremonioso con aplausos repentinos y gritos de aliento aún cuando la indicación inicial había sido hacerlo solo hasta el final del ensayo.

“Se siente mucha euforia, también nervios, porque siempre es emocionante estar en un escenario y compartir con más integrantes de la escuela y no siempre tenemos la oportunidad de estar juntos en el teatro”, compartió Diana.

Entre ambos grupos de bailarines los separan sillas en las que profesores toman notas, una computadora y una bocina sirven de barrera entre ambos mundos. Desde ahí idean, como el maestro Gregorio Trejo con el responsable en turno de cada grupo junta su cabeza para hablarse de cerca, señalan momentos precisos de la coreografía para crear las atmósferas y planean el diseño de luces en el escenario para darle forma complementaria a la presentación final.

Son las 16 horas. Todos los grupos pasaron por el escenario y como espectadores momentáneos: el ensayo ha terminado. Es momento de relajarse, posar con el grupo para unas fotos, para ir a comer, vestirse y cambiarse la ropa frente a todos, sin tapujos, sin sentirse intimidados, pues se conocen, conviven a diario, ríen y sufren juntos, son libres y jóvenes. Esto es danza contemporánea.

"En la danza contemporánea, su principal complejidad radica en eso, pero también es lo mejor que tiene. Una cosa es la que el coreógrafo imaginó y, muchas veces, otra es la que como intérprete encuentras en la coreografía. Son hallazgos que solo los bailarines conocemos, ni siquiera el coreógrafo, que se van generando conforme se van dando las funciones y ni él mismo se da cuenta de lo que adentro se crea. La danza contemporánea se interpreta por el que la mira, por el que observa, de acuerdo a lo que trae en su cabeza, a lo que vivió un momento antes de entrar al teatro; para unos es una cosa, para otros es otra cosa, pero la danza contemporánea se basa en despertar esas emociones, esas sensaciones, aunque no le entiendas del todo o le entiendas completamente", reflexiona con voz calmada Consuelo Vázquez, directora de la Escuela de Danza Contemporánea.

Enviado por: Daniel Pérez

Para conocer más sobre estas y más funciones de celebración del 45 aniversario del Centro Cultural Ollin Yoliztli, puedes consultar el siguiente video: https://www.instagram.com/reel/DCjyjErOYU8/?igsh=MXM3aTNweHQyN3R2Yw==