GANADORA DEL PRIMER CONCURSO DE CRÓNICA BREVE CRSITINA PACHECO

Publicado el 17 Mayo 2025

SC/CPDC/AR19-25

¿POR QUÉ TAN ATRDE, VANIA?

POR DE ELÍAS PALATTO

Son las seis de la mañana. Con un andar acelerado Vania, mujer de 51 años, se encamina a la panadería La Universal, ubicada a unos pasos del metro Revolución de la Ciudad de México, su lugar de trabajo. Se le ha hecho tarde, dice. Si bien es cierto que su hora de entrada es a las seis en punto, ella siempre ha preferido llegar unos diez o quince minutos antes. El constante parloteo con el que siempre la reciben las encargada de la mañana la tienen harta. “Buenas noches, Vania”. Afirma una en tono burlón, irónico, “¿Por qué tan tarde, Vania?”.

  • Que se vaya al demonio – Dice Vania,
  • no entiendo por qué tanta tirria hacia mí.
  • Pero si en teoría estás llegando a tu hora correspondiente. No deberían de reclamarte nada -, de forma incrédula afirma quien escribe esto.
  • Lo sé, pero así son, bien ojetes con uno.

Las persianas son desplegadas poco a poco hasta ir mostrando parte del interior del recinto. Las luces que cuelgan del techo van prendiéndose al unísono y el ambiente ha ido tomando cada vez más color. En las vitrinas pueden verse los pasteles acomodados en hilera, con sabores y combinaciones de todo tipo; desde los tradicionales pasteles de chocolate, mil hojas, vaklabá, hasta aquellos con decorados de caricaturas o videojuegos populares, como Amongus y Spiderman.

La calma y silencio del punto de venta es sustituido por las risas de tres mujeres de edades distintas. Ellas, con su respectivo uniforme y cofia en la cabeza, están listas para dar inicio con sus labores. Una de ellas, la más joven, se encara a la caja registradora y empieza teclear algo imperceptible desde fuera del mostrador. La otra, en un acto maquinal y con trapo en mano, se encuentra limpiando su lado del mostrador. La tercera, Vania, hace un rápido conteo de los pasteles que se exhiben, así como checar que éstos se encuentren en condiciones idóneas. “Hay veces que las de la tarde, por querer irse temprano, nos han dejado los pasteles todos aboyados. Y luego somos las de la mañana quienes los tenemos que pagar. Ya ha habido mucho pleito por ello. Por eso hay que checarlos bien y si los encontramos madreados, hay que ir directo a reportarlo.

De alguna u otra forma, este primer acto representa para las empleadas de la panadería el inicio de una jornada laboral acelerada con un centenar de pedidos y poco o nada de tiempo libre para poder descansar.


Este es su tercer trabajo. Cuando cumplió los dieciocho y tras no haber aprobado los exámenes de admisión para ingresar en alguna universidad, Vania optó por meterse a trabajar para ayudar a sus padres con los gastos del hogar. Su primer trabajo, afirma, fue en la ya extinta tienda Viana. Allí pasaría una década haciendo de todo; desde ser vendedora de muebles, hasta convertirse en subgerente de la sucursal de Revolución, aquella enfrente del Metrobús, a unas cuadras de la panadería La Universal. Trabajar en Viana, afirma, le dio los mejores momentos de su vida, desde conocer Acapulco, tener un ingreso que le permitiría ayudar a sus padres en varias cirugías médicas, así como conocer a la persona con la que tendría a sus dos hijos. Esos diez años, afirma Vania, fueron los mejores momentos de su vida laboral, hasta que tuvo que dejarlo.


Ya para el medio día y mientras la clientela iba cesando, una de las empleadas empieza a sacar de un tóper lo que parece ser un huevo revuelto hecho a las prisas. Esta misma logró comerlo con un apetito tan acelerado que, de forma inmediata, buscó deshacerse de todo rastro que pudiera inculparla. La acción en sí misma mostraba cierta inquietud por parte de la mujer, como si se tratase de una acción indebida y de la cual supiera que podría tener alguna consecuencia severa.

  • Es que simplemente no hay tiempo ni para comer, - dijo la señora mientras daba un sorbo rápido a una lata de Coca-Cola. Acto seguido ésta fue escondida debajo del mostrador, - todo el día hay que estar en friega loca o sino nos regañan por andar en la lela.
  • ¿No tienen horario de comida?
  • Sí, pero cuando andamos en día camote como hoy no podemos irnos a comer. Una vez me fueron a buscar al comedor porque no se daban abasto con los clientes. Lo malo es que tampoco podemos comer aquí en piso de venta. Cuando está Estelita no hay tanto rollo, nos dice que sí podemos comer aquí pero con moderación. Con Lourdes es otra cosa. Ella sí nos avienta sus gritotes cuando nos ve comiendo en mostrador.

Quien escribe tenía pensado preguntar si en algún momento no han considerado reclamar que se les respete sus horarios de comida. El solo hecho de imaginar que deben estar ocho horas paradas, sin comer, agitadas por un trabajo que nunca acaba y soportando a una clientela con estados de ánimo diversos…/Quien escribe lo piensa pero no lo dice. La atención de la empleada rápidamente es dirigida ahora por el nuevo cliente que acaba de cruzar el umbral. Como si se tratara de una actriz de método, - Stanislavski estaría sorprendido - , la empleada cambia de un momento a otro su semblante, pasando de un rostro abochornado y quejumbroso a uno sonriente y colorido. Otras no se esfuerzan en disimular el fastidio que significa que haya entrado otro cliente al establecimiento.

  • Lo único que quiero es que ya no entren más – menciona una de las empleadas, chaparrita y de tes morena - Sé que por ellos tenemos trabajo, pero hay días en los que una no logra darse abasto con tantos labores. Que si la limpieza, que si el mostrador, que si lavar charolas, hacer pedidos. No, joven, es muy cansado

Cuando le notificaron que la empresa Viana empezaría hacer recorte de personal, y que ella figuraba entre ese grupo de personas expulsadas, el panorama en el que Vania se encontraba se mostraba cada vez más desolador. Su marido ya no estaba, sus dos hijos, uno recién nacido, el otro de 5 años, le demandaban cuidados y atenciones. La urgencia de conseguir un trabajo se antojaba más que urgente, necesaria. Sin embargo, con currículum en mano y tras ir de trabajo en trabajo, Vania se enfrentó a la negativa de empresas que no la contemplaban como buen elemento. Según éstas, “por falta de experiencia” “por estar completo de personal” o porque “estamos buscado gente más joven”. La recomendación de una amiga la llevaría a una panadería, su segundo trabajo. Las chingas eran más pesadas, el sueldo era muy bajo, los patrones poco empáticos, pero le daba chance de poder llevar a sus hijos a la escuela en la mañana, recogerlos en la tarde y dejarlos con su tía en lo que ella iba a trabajar, todo esto durante catorce años. Su estancia duraría eso, catorce años, puesto que ésta se convertiría en uno de los tantos negocios que no soportarían las consecuencias de la pandemia de la Covid-19. Su tercer trabajo se presentaría como un oasis en medio de una incertidumbre de desempleo y cierres de empresas, crisis que Vania ya había experimentado. En La Universal lleva tres años. Espera, afirma Vania, que éste sea su último trabajo.


Muchas de las personas que vienen a hacer sus compras desconocen por lo que pasan las empleadas de la panadería. Uno, dos, cinco, diez clientes entran, toman sus charolas, sus pinzas, se pasean con cautela entre los pasillos, observan con atención la variedad de pane que se muestran ante ellos. Conchas, donas, cariocas, cuernos, hojaldras. Observan lo pasteles, sus texturas. El olfato y la vista se vuelven los sentidos necesarios para determinar si deberán o no elegir este o aquel. Cuando la decisión ha sido tomada, se encaminan al mostrador con charola en mano y gesto triunfal. Los recibe una de las empleadas, toma las pinzas y con un acto maquinal envuelve y mete todo lo escogido por el cliente en una bolsa de papel. Son mucho los panes. Debe apresurarse, la fila se hace más y más larga.

Existen aquellos clientes que reclaman porque no encontraron lo que estaban buscando, otros porque nadie atendió a sus demandas, unos que reclaman un no me diste todo mi cambio, señorita, ¿acaso me quieres robar?, quiero hablar con tu encargado, dónde está tu gerente óigame no puede ser que estas gatas no hagan bien su trabajo, si ya no quieren trabajar pues que busquen otro lugar en donde las aguanten, esto es un insulto para el cliente, el cliente siempre tiene la razón, acaban de perder a un cliente fiel, no te digo, todavía que no hacen bien su trabajo se quedan ahí con su jetota de viejas mustias…/

“Que tenga buen día”, despide la empleada al último cliente. Se muestra cansada. No para mientes en mostrar sus hombros caídos, dejando vislumbrar su espalda encorvada, cansada.

  • ¿Es del diario ver clientes así?
  • Sí, la verdad es que sí, pero fíjate que cuando estuve en Viana me tocó tratar con peores. Ahí hasta iban artistas de la tele. Una vez me tocó atender a René Franco. Es bien mamón, la verdad.

En un intento por conocer su opinión busco formularle una pregunta que ya tenía guardada desde hace tiempo.

  • ¿Qué opina de la reducción de la jornada laboral? –. La mirada de Vania es de incredulidad - ¿Le gustaría que se apruebe? Tal vez una reforma como esa podría ayudarle en poder descansar mejor.

Ella no cree que se aplique esa ley. Además, afirma, aquí les da mucho por saltarse ciertos derechos que los trabajadores no reclaman por una u otra razón. Las vacaciones siguen siendo de seis días, no de doce, los pagos en días feriados son del doble, no del triple, todo esto sumando los constantes acosos que existen por parte de aquellos jefes contra sus empleados “rebeldes”, acoso que se traduce en fastidiarlos hasta que éstos renuncian de tanto soportar un empleo precarizado.

  • Yo aguanto porque ya a mi edad no me contratan en ninguna otra parte. A demás, ya estoy muy cansada, no tengo mucha cabeza para ponerme a pelear por cosas así. Aguanto porque quiero recibir mi dinerito cuando me pensione. Ya falta poco. Por lo menos que mis años trabajando sean recompensados.

En el podcast Migala, programa dedicado a hablar de temas sociales desde una perspectiva social y crítica, un abogado invitado a conversar sobre la reducción de la jornada laboral, expondría el panorama en el que la mayoría de los trabajadores mexicanos se encuentran inmersos:

“De todos los anhelos que quisiéramos que se cumplieran como trabajadores, creo que aL margen de eso se ha hecho un buen trabajo en cuanto a la conformación de leyes y normas que inclusive en otros países podrían ser catalogadas como protectoras. Ahora bien, otro tema importante sería procurar que esas leyes verdaderamente se estén ejerciendo. ¿Cómo procurar que la ley sea activa y no sólo se quede en el papel? Si bien es cierto que el gobierno tiene bastante responsabilidad en cuanto a poder fomentar una verdadera procuración en cuanto a salvaguardar los derechos de los trabajadores, lo cierto es que hay que empezar a ser autocríticos y observar cómo es que el trabajador falla en su papel al no exigir esos derechos. Pero cómo exigirlos si no los conocen. Se ha generado una cultura laboral, - en la mayoría de los casos en personas mayores, pero tampoco es la excepción en personas más jóvenes, - en donde poco o nada están dispuestas a exigir un trato más justo. Muchos de ellos ni siquiera hablan con sus propios compañeros sobre su mismo salario. Me han tocado casos en donde varias personas hacían la misma chamba y uno de ellos ganaba menos que los demás, ¿sabes por qué se da eso? Muchas de las formas en cómo están organizados los trabajos están diseñados de tal forma en que exista la competencia entre los mismos empleados, evitando así que haya un interés por organizarse. Lamentablemente la solución a la que recurren los trabajadores es la de renunciar, porque los propios patrones te orillan a que tú tomes esa decisión.”

Marck Fisher en su libro Realismo capitalista ¿no hay alternativa? (2007) expondría la tesis en que la sociedad post capitalista se encuentra sumergida en una depresión a causa del sistema capitalista y su lógica neoliberal, que promueve la competitividad, el individualismo y la incertidumbre laboral. Ocasionando con ello un efecto en el que NO encontremos una alternancia a este sistema voraz en el que se está sumergido; “el realismo es análogo a la perspectiva desesperanzada de un depresivo que cree que cualquier creencia en una mejora, cualquier esperanza, no es más que una ilusión peligrosa” (p. 17). El resultado es la prevalencia a un estatus quo que se alimenta de la fuerza laboral de muchos trabajadores que no encuentran una salida para romper con este cerco represivo. Se sabe por parte de muchos trabajadores que sus condiciones no son lo suficientemente favorables para subsistir, pero ante ello mismo existe un convencimiento de que no se puede hacer nada para cambiar sus condiciones materiales. El autor nos mostraría una radiografía desgarradora de lo que se convertiría un modelo económico que se fue encargando de enajenar no sólo a los obreros, sino también transformando el concepto de ocio en un consumo desmedido de mercancías que hace del mismo, según el académico Jesús Martín Barbero “la tolerancia de la vida inhumana a una explotación intolerable, banalizando el sufrimiento en una muerte trágica”.


Dos y media de la tarde. La calle está hecha un bullicio. Los puestos de películas pirata, de comida, de ropa y demás chucherías se han manifestado en esta parte de la Avenida México- Tenochtitlán. Un joven de 20 años está afuera de la panadería. Su nombre es Julio, es el hijo menor de Vania. Al preguntarle sobre qué opina sobre la carga laboral de su madre, esto me respondió:

“Me duele verla salir todos los días de su trabajo y observar en ella como de alguna forma se ha ido agotando con el paso del tiempo. Entiendo que esto es lo que debemos hacer para salir adelante, yo también he pasado por esto en mi trabajo, pero a veces me siento tan triste al observar cómo prácticamente mi mamá se ha desvivido tanto por la chamba y para que un día, cuando ya no la necesiten, busquen correrla así sin más. Entiendo que ella no quiera discutir con sus jefes, ella no es así. Pero, tampoco me gusta que soporte tanto estrés y agotamiento.”

Vania ha salido. En una bolsa lleva su uniforme y en la otra una bolsa de papel con variados panes de dulce. Nos mira a ambos con una sonrisa que más que reflejar felicidad, parece ser de alivio. Alivio por haber concluido su jornada. Julio se apresura a recoger una bolsa y yo, imitándolo, tomo la otra. Vania es mi madre. Con el fin de proteger su identidad decidí nombrarla Vania para este relato. Un día antes le había pedido permiso para venir a su trabajo a entrevistarla a ella y a sus compañeras. Es para una tarea, le mentí. Ella accedió. Quería conocer más a fondo su dinámica de trabajo, a sus compañeras, a los clientes…Quería conocer la razón de ese cansancio que lleva cargando bastantes años. *