EL ALEGRE DERECHO A VOLAR COMETAS
SC/CPDC/AR12-25
En medio de una caminata presurosa, cruzando este lugar que convoca y sostiene los sueños más venturosos, la plancha del Zócalo, invadida de ideas y un sol que quema hasta las pestañas por un azar de atención, me hizo esquivar un hilo en medio de mi camino, lo seguí hacia el cielo dejándome descubrir una mancha tan lejana que ni su forma era visible. Al buscar al intrépido humano capaz de realizar un acto tan mágico y maravilloso, me percaté que era un niño de no más de 15 años que, al mismo tiempo que sostenía su cometa con una mano, tomaba agua con la otra como si fuera algo cotidiano este acto inenarrable de diversión…
En el corazón palpitante de cada comunidad, más allá del fragor de la rutina y las exigencias del día a día, reside un derecho tan fundamental como respirar: el derecho al esparcimiento. No se trata de un lujo reservado para unos pocos, sino de un nutriente esencial para el florecimiento del espíritu colectivo, un alegre catalizador del fortalecimiento cultural. Imaginemos por un instante las risas que escapan de un parque donde niños persiguen burbujas irisadas por el sol poniente. Visualicemos las melodías que se entrelazan en una plaza donde músicos callejeros comparten sus dones. Sintamos la conexión que se forja en un grupo de amigos disfrutando de una película bajo las estrellas. Estos momentos, aparentemente fugaces y triviales, son en realidad los ladrillos invisibles con los que construimos una identidad compartida, un sentido de pertenencia que trasciende las diferencias individuales. El esparcimiento no es simplemente "tiempo libre", vacío de propósito. Es el crisol donde se funden las tradiciones, donde las nuevas expresiones artísticas encuentran su eco y donde las generaciones se conectan a través de juegos, danzas y celebraciones. Un festival local no es solo una explosión de color y sabor, es la manifestación viva de la historia y las costumbres de un pueblo. Una tarde de lectura compartida en una biblioteca no es solo un encuentro con las palabras; es la transmisión silenciosa del conocimiento y la imaginación. Cuando negamos el derecho al esparcimiento, marchitamos el alma de nuestra cultura. Convertimos las ciudades en laberintos grises donde la creatividad se sofoca y la conexión humana se debilita. Un niño que no tiene espacio seguro para jugar, un adulto que no encuentra alivio del estrés cotidiano, una comunidad que carece de lugares de encuentro y celebración, son fragmentos de un potencial cultural inexplorado. Pero cuando abrazamos y fomentamos el esparcimiento, abrimos las compuertas a la creatividad, la innovación y la cohesión social. Un parque bien cuidado se convierte en un lienzo para la imaginación infantil y un punto de encuentro para las familias. Un teatro vibrante nutre la sensibilidad y nos invita a reflexionar sobre nuestra condición humana. Un espacio público donde se fomenta la expresión artística se transforma en un espejo donde se refleja la riqueza y diversidad de una comunidad. El derecho al esparcimiento es, en esencia, el derecho a la alegría compartida, a la pausa que revitaliza, al encuentro que enriquece. Es reconocer que la cultura no solo se hereda en los museos y los libros, sino que se vive y se reinventa en cada instante de ocio creativo y significativo. Así que, levantemos nuestras voces por más parques florecientes, más festivales vibrantes, más espacios donde las risas resuenen y las almas se conecten. Porque en ese alegre fluir del esparcimiento, reside la fuerza viva y palpitante de nuestra cultura.
Bastian Bilá @bastianbila
Las opiniones expresadas en este espacio son a título personal de las y los autores que colaboran en él